Pedida de matrimonio en Mallorca.
Esta temporada está siendo increíble en cuestión de pedidas de mano. Estoy viviendo historias muy románticas y conociendo a muchas parejas que se quieren mucho. En este post os quiero presentar a Mathew y a Emily. Viven en Chicago y se conocen desde hace 10 años. Él me contactó porque quería organizar una pedida de matrimonio en Mallorca, y me pareció una gran idea.
Fotógrafo en Mallorca
Tuvimos varias conversaciones donde él me contó cómo quería exactamente que fuera todo. Iba a ser una sorpresa para su novia Emily, pero él me dijo que seguro que ella intuía algo. Una chica lista. Por eso, y por mucho más, se casa con ella. Iban a Barcelona antes porque son grandes fans de la música electrónica, así que pasaron unos días en Sónar Barcelona dándolo todo antes de venir a la isla bonita.
Preparamos el día, la hora, los detalles, y Mallorca se tiñó de oro esa tarde. El sol, a punto de zambullirse en el horizonte, pintaba los acantilados con tonos de fuego. El aire traía olor a sal y promesa. Para cualquiera, era un atardecer perfecto. Para Mathew y Emily, era mucho más: era el momento exacto en que todo cambiaría. Era su pedida de matrimonio en Mallorca.
Fotografía para pedida de mano en Mallorca
Llevaban juntos diez años. Diez años entre risas, discusiones por tonterías, cenas, viajes inesperados. Dos años conviviendo en un dúplex apartamento en Chicago, compartiendo el frío de los inviernos y el calor de las decisiones importantes. Ambos coreano-americanos. El hogar ya no era un lugar: era estar juntos.
Ese día, con Mathew lo teníamos todo planeado. Nada improvisado, pero todo debía parecer casual. Empezamos con una sesión de fotos en uno de los pueblos más bonitos de Mallorca. Calles de piedra, flores trepando por balcones, el ritmo tranquilo de un pueblo que parecía detenido en el tiempo. Emily no sospechó nada, o quizás sí. Sonreía natural, sin saber que cada clic de la cámara era parte de un recuerdo mayor que aún no estaba completo.
Fotógrafo pedida de matrimonio en Mallorca
Después caminaron sin prisa hacia un café. Compartieron una copa de cava, o dos. Mathew la observaba con atención, el brillo de sus ojos al reír, como si la estuviera descubriendo por primera vez. Y también por última, antes de dar el salto hacia esta pedida de matrimonio en Mallorca.
Ella no sabía que en su mochila, envuelto entre una camiseta, dormía un pequeño estuche blanco.
Cuando el sol comenzó a caer, dijimos que queríamos mostrarle un sitio especial donde seguir con la sesión de fotos. Caminaban juntos, como tantas otras veces, pero Mathew iba contando los pasos en su cabeza. El acantilado no tenía nombre, pero sí el escenario perfecto. Una vista abierta, sin barandillas, sin gente. Solo el mar abajo, el cielo arriba, y ellos dos en el medio. Se arrodilló.
Pedida de mano en Mallorca
El silencio fue total. Solo el murmullo del mar, lejano y constante, y una playlist escogida por él. Emily se quedó congelada. No por sorpresa en algún rincón de su mente lo había imaginado alguna vez sino porque, en ese segundo, entendió que lo que estaban viviendo era real.
Mathew abrió el estuche. El anillo brilló un momento, pero ni la piedra ni el oro importaban. Lo que hablaba era su voz. No se le oía. Era un momento privado, solo éramos testigos privilegiados.
A Emily se le llenaron los ojos de lágrimas, y luego empezó a reír entre sollozos, como si todo el amor que llevaba dentro hubiera explotado de golpe. Se agachó frente a él, lo abrazó tan fuerte que casi se caen los dos al suelo. Y entonces, al oído, le dijo lo único que hacía falta:
Sí.
Pedida de mano romántica en Mallorca
El sol, justo en ese instante, se estaba bajando hacia el mar. Como si hubiera estado esperando la respuesta para marcharse tranquilo. El cielo quedó teñido de rosa y violeta en esta pedida de matrimonio en Mallorca. Y en ese acantilado, los dos se quedaron abrazados, felices, sin necesidad de decir nada más.
Los dejamos brindando y disfrutando del picnic.
A la vuelta le preguntamos: ¿Desde cuándo lo tenías planeado?
Mathew se rió.
Desde hace años. Pero solo ahora me animé a hacerlo.
Y ella, tomándolo de la mano, le respondió:
Entonces valió la pena esperar.
Mallorca, ese día, no fue solo una isla en el mapa. Fue el lugar donde dos caminos largos, compartidos desde hacía una década, encontraron un nuevo comienzo. Uno que empieza como deben empezar los grandes capítulos: con una promesa y un atardecer.
Si quieres vivir algo tan especial y mágico, contacta conmigo y te ayudo a organizarlo todo.
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